por Sharon Salzberg (*)
Mindfulness (atención
plena) es la palabra que se utiliza en la actualidad en las enseñanzas sobre meditación. Se
refiere a ser consciente de la experiencia del momento presente, mientras te estás
relacionando con esta experiencia sin apego, rechazo ni ignorancia. Llamamos
ignorancia al no ver las cosas como en realidad son. Estas tres tendencias tan
habituales distorsionan nuestra percepción de lo que realmente está pasando, y
nos llevan a relacionarnos con nuestras
experiencias con grandes esfuerzos que son absolutamente fútiles y equivocados. El amor
compasivo es una cualidad de nuestro corazón que nos permite identificar cuán conectados estamos todos. El amor
compasivo es esencialmente una forma de integrar a todo el mundo en nuestro
cuidado. Cuando integramos a todo
el mundo, dejamos de categorizar a
los demás en términos de los que nos importan o de los que fácilmente
podemos excluir, ignorar o bien desdeñar. Cuando reducimos nuestra tendencia a caer
en el apego, en la aversión o en la ignorancia perfeccionamos y expandimos la
fuerza del amor compasivo. Profundizar en la comprensión nos lleva a ver de
manera inevitable que todas nuestras vidas están estrechamente interconectadas.
Disminuir el apego , el rechazo
y la ignorancia y
profundizar en la
comprensión nos llevan de la mano
de la atención plena a experimentar más
plenamente el amor compasivo.
En las enseñanzas actuales
sobre meditación, la palabra mindfulness
se utiliza en distintos sentidos. Se utiliza como la acción de estar presente,
y muchísimas veces como una especie de unión de lo que en pali, el
lenguaje de los textos budistas
originales, se llamaría sati-sampajañña,
es decir una combinación de toma de conciencia y compresión clara.
Una manera de verlo es
decir que la atención plena es un proceso
relacional en que no sólo
conocemos lo que está pasando (algo así como “en este momento estoy oyendo un
sonido“) , sino que también sabemos que estamos oyendo un sonido de tal manera que, mientras lo
oímos, estamos libres de apego, rechazo o ignorancia hacia dicho sonido. Uno de
mis primeros maestros en meditación, Anagarika Munindra, a menudo enfatizaba
este aspecto del mindfulness. Decía que gracias a
esta característica, podemos vivir de forma tal que nuestra vida esté siempre
conectada a la atención plena.
Ser conscientes del momento
en el que estamos oyendo un sonido, saboreando un sabor, o sintiendo una sensación conlleva muchos beneficios. Con la
atención plena, nos libramos
además del apego (codicia), del rechazo (ira) y de la ignorancia, lo que
nos reporta una base más sólida de transformación e interiorización .
Estamos pues hablando de encontrar
la vía para dejar de lado la codicia,
la ira y la ignorancia, ya que son
fuerzas que distorsionan nuestra percepción de la realidad y nos atan a nuestros antiguos hábitos (a pesar de que estos hábitos nos produzcan sufrimiento
de forma repetitiva). Esta vía
para dejar de lado estas distorsiones nos lleva de forma natural a un mayor
amor compasivo.
El amor compasivo es la
cualidad de nuestro corazón que reconoce la conexión que existe entre todos
nosotros. A veces se describe como una gran amistad hacia nosotros mismos y hacia
los demás, no en el sentido de que nos guste todo el mundo, o de que aprobemos a todo el mundo, sino
como un íntimo reconocimiento de que todas nuestras vidas están interconectadas
de manera inexorable. Cuando experimentamos el amor compasivo reconocemos que
cada uno de nosotros comparte el
mismo deseo de ser feliz, y a menudo la misma confusión en el intento de llegar a la felicidad.
Reconocemos también que todos compartimos la misma vulnerabilidad ante el cambio y el sufrimiento. Todo
esto suscita una especie de sentimiento de querer cuidar a todos los demás.
La atención plena disminuye
nuestras habituales reacciones
dolorosas tales como el apego, el rechazo y la ignorancia en nuestras mentes y nos
lleva a un mayor amor compasivo. Se convierte en la plataforma que nos hace ver
de forma más clara que toda vida
está interconectada. Esta verdad siempre está presente, sin embargo tendemos a
tenerla oscurecida debido a nuestra visión.
La atención plena es la vía para salir de la reacciones automáticas ante nuestras experiencias. Por eso se le llama el gran protector.
Actúa como un protector porque nos ayuda
a romper con las leyendas, los mitos, los hábitos, los sesgos y las
mentiras que construimos en relación a nuestras vidas. Mediante la atención
plena podemos eliminar estas distorsiones y nuestra familiaridad hacia ellas y ver por nosotros mismos la
realidad tal como es. Cuando vemos la realidad tal como es, podemos encaminar
nuestras vidas de una manera distinta.
Volvamos al momento en que
oíamos con atención plena un sonido. ¡Hay tantas maneras de oír un sonido! Este
momento puede convertirse en un momento de apertura, de visión interior o puede que este
momento consista solamente en oír
un sonido de forma convencional.
Cuando fui a Myanmar a
hacer un retiro intensivo de meditación en 1985, estaban haciendo obras todo el
tiempo que estuve ahí, construyendo
un nuevo comedor a unos 100 metros. Día tras día, hora tras hora, metal
golpeando metal. Era un bombardeo constante de ruido. Estaba allí con una de
mis mejores amigas , que se hospedaba en la habitación contigua a la mía. Un día estaba yo haciendo meditación en movimiento en
el exterior, moviéndome lentamente, notando como se levantaban, como se movían
y como se apoyaban mi piernas en medio de la increíble algarabía de la
obra. Miré hacia arriba y ella estaba saliendo de su habitación,
izando por detrás de su hombro un
pote de leche en polvo, preparada
para lanzarlo hacia la obra. La miré, cogí su mano y le dije: “No lo hagas”.
Hay muchísimas maneras de
oír un sonido. Podemos oír el sonido de la construcción y llenarnos de alegría por la generosidad de tantos donantes, incluidos los más
pobres, que han hecho posible esta construcción. Podemos oír el sonido de la
construcción y celebrar que el monasterio está creciendo. Podemos oír el sonido
de la construcción y sentir rabia
porque aquel ruido se está inmiscuyendo en nuestra búsqueda de paz. Podemos oír el sonido de la
construcción y culpabilizar airadamente
a los obreros, los cuales únicamente están trabajando para poder alimentar a
sus familias.
La atención plena nos
enseña que existe una gran diferencia entre simplemente oír
un sonido y oír un sonido envuelto por la narración que nosotros mismos
construimos a su alrededor. Nos enseña a encontrar el espacio de separación entre sonido y narración.
Y una vez identificado, podemos decidir si queremos seguir esa narración o no, y
si queremos reaccionar ante ella o no. Podemos oír un sonido e involucrarnos cada vez más en él, reaccionar cada vez más y enfadarnos
cada vez más; podemos oír un sonido y ver cual es la naturaleza de la experiencia que estamos
teniendo, lo que está pasando en realidad. Esto no quiere decir que no tengamos que hacer nunca nada
ante los ruidos irritantes. Esto quiere decir que debemos estar atentos a
nuestra reacción, para entender mejor lo que nos está ocurriendo y observar si
nuestra reacción es la más apropiada. ¡Lanzar latas a la gente jamás nos traerá
buenos resultados!
En la psicología budista se
dice que cada una de nuestras experiencias puede clasificarse como agradable,
desagradable o neutra. Algunos creen que si desarrollan demasiada atención consciente, si se vuelven
expertos en meditación, todo se volverá gris, neutro, y que jamás se va a
sentir algo como placentero o como doloroso. No es eso. El sentir, el tono emocional, es algo
que todos experimentamos - ver, oír, tocar, saborear, oler, pensar-. Lo que
pasa después de registrar en nuestra mente una experiencia como agradable, desagradable o neutra es lo que nos lleva a ser libres o bien a
continuar sufriendo. Si queremos ser libres, debemos aprender a relacionarnos con
nuestras experiencias con conciencia plena, con atención plena.
La atención plena nos
permite ver muy claramente las tres formas principales en las que se presentan
nuestros condicionamientos.
La primera es que estamos
condicionados a sentir apego a los objetos agradables tales como sonidos,
lugares, sensaciones corporales, estados mentales placenteros- . El apego nos
lleva a aferrarnos, a agarrarnos. Aferrarse o engancharse a algo crea
inseguridad y dependencia. Debido al cambio constante de la naturaleza de las
cosas, debido a la impermanencia constante de nuestras vidas, todo aquello a lo
que nos aferramos es totalmente frágil.
El invierno esta
acercándose. ¿Qué pasa si nos aferramos al otoño? ¿Qué pasa si nos aferramos a
la juventud? ¿Qué pasa cuando nos aferramos a nuestra propia vida? Podemos
observar que la gente considera casi una humillación personal ponerse enfermo, o
hacerse mayor o morir, como si fuéramos capaces de poder determinarlo o bien como si fuéramos
culpables de haber cometido un gran error. No podemos controlarlo. ¿Cómo podríamos hacerlo? Nuestro cuerpo
tiene su propia naturaleza y está cambiando continuamente. La mente tiene su
propia naturaleza. Si pensamos en cuantos estados mentales hemos estado desde
que empezamos a leer este artículo, podremos ver que todos han ido cambiando. ¿Y cual de ellos fue el más real ? La
gente cambia a pesar suyo. ¿Podemos
hacer algo para pararlo?
El apego a que las cosas sean de una manera determinada no es en sí nada malo o equivocado que deba ser
juzgado duramente o condenado. Aunque no nos sea útil ver el apego como algo malo o equivocado, lo que si es cierto es que causa
mucho sufrimiento en nuestras vidas. Estar aferrado quiere decir que estamos en
desarmonía con las cosas tal y como son, en desarmonía con la realidad. Al
estar en desarmonía, se entra en conflicto y aparece el dolor.
Estar aferrado significa
que creemos que somos capaces de controlar, de hacer que las cosas no cambien, de
que permanezcan de la manera que queremos que sean. La felicidad que
experimentamos mientras estamos en el estado de aferramiento es transitoria,
frágil y por tanto va a verse destrozada
una y otra vez.
El amor compasivo es
esencialmente una forma de generosidad, una ofrenda realizada desde el corazón,
en la que dejamos de categorizar a los demás en términos de los que nos
importan, de los que pueden ser fácilmente excluidos, ignorados o desdeñados.
El amor compasivo puede manifestarse o no como una generosidad material, pero
es un tipo de generosidad del espíritu que nos hace salir de nuestra auto-preocupación
para dirigirnos a una atención que incluya a todos los seres.
El apego puede rápidamente
desdibujar el amor compasivo al añadirle impaciencia, expectativas, la necesidad de que te den las
gracias, la necesidad de ver resultados inmediatos en el cambio de la actitud o
del comportamiento de alguien. Cualquier
reducción de nuestra tendencia a caer en el apego nos ayudará a expandir y a refinar la fuerza del
amor compasivo.
La siguiente forma de condicionamiento
que más habitualmente está en nuestra mente es el rechazo. El rechazo incluye
la cólera, los miedos, el deseo de venganza, la frustración, la
impaciencia, el no gustar o la
culpa corrosiva, que es una forma de aversión crónica hacia uno mismo. Todos estos
hábitos mentales nos dañan, son estados mentales dañinos. Nos producen dolor
cuando los experimentamos. Es como si su marca fuera un fuego que nos quema.
El rechazo es el estado
mental que hace que nos disguste el objeto que estamos percibiendo en este
momento. El rechazo es una rebelión en su contra. Es un estado en el que se
desea la separación de lo que nos está ocurriendo, el querer poner distancia, un deseo de no conexión. Es el estado en
que en vez de aferrarnos, buscamos las faltas. Es un estado de repulsión. Si se
vuelve habitual, tendemos a encontrar experiencias desagradables, inaceptables,
vayamos donde vayamos. Miremos donde miremos lo vemos todo mal. No nos gusta como viste tal persona, no
nos gusta como es, no nos gusta la pared, o no nos gusta lo que sea.
Cuando reaccionamos ante
las experiencias desagradables con rechazo y nos estamos rebelando contra ellas,
no queremos ser conscientes de este sentimiento desagradable. Nos retiramos de la experiencia, nos
separamos de ella, le tenemos miedo o bien nos impacientamos. Quizás estemos
proyectando en el tiempo lo que
está pasando en el momento presente como si nunca más fuera a cambiar. O quizás
hacemos asociaciones del tipo “esto quiere decir que voy a estar solo para
siempre”, o “es por esto que nunca
seré feliz“.
Lo que la atención plena
nos enseña es que existe una gran diferencia entre dolor y sufrimiento. Podemos
oír un sonido doloroso, ver algo doloroso, tener una experiencia dolorosa en
nuestro cuerpo o en nuestra mente, y no tenemos porque añadirle el sufrimiento
que conlleva el miedo, la ira o la ansiedad.
Muchas veces existe un potente factor de rechazo en las expectativas que no conseguimos
cumplir. Expectativas hacia nosotros mismos, hacia una situación, hacia otra persona. Es importante
entender que la cólera no existe
de forma inherente en ningún objeto doloroso o decepcionante. Lo que si existe
es como nos relacionamos con el objeto.
En cualquier situación hay todo un abanico de posibles respuestas que van desde
la ira a la compasión, y todas caben dentro de este abanico.
Cuando la cólera es muy fuerte, funciona como si fuera
una lente que distorsiona todo lo
que vemos de manera tal que no podemos ver claramente que es lo que realmente
está sucediendo. Cuando sentimos cólera con dolor, pérdida y cambio, equivale a
sentir cólera hacia la misma vida, porque estos son los elementos inevitables
de la existencia.
Cuando la aversión es
repetitiva se vuelve algo habitual y nos lleva a la desarmonía, a la
desconfianza y a la falta de alegría en nuestras vidas.
Claramente, una mente con
aversión no se inclinará hacia el amor compasivo.
Aunque es importante no
condenar o odiar la cólera que vemos que está apareciendo en nuestro interior,
la atención plena nos muestra cómo nos obliga a reaccionar la cólera. Por ejemplo, ¿cuando fue la última vez que te sentiste muy enfadado
contigo mismo por alguna indiscreción o tontería que un día dijiste y no tienes
en cuenta que aquel mismo día hiciste también 50 cosas buenas más? Nuestro
sentido de lo que somos y de lo que seremos queda colapsado ante un comentario
torpe. El amor compasivo no nos dice que nuestro comentario fuera brillante o
ingenioso –quizás fue realmente estúpido y puede que tuviera realmente sus
consecuencias– pero aquel momento indiscreto no es la totalidad de lo que somos.
Nunca podría serlo. Es una característica de la cólera el fomentar este colapso,
esta visión en túnel.
Si no nos perdemos en la
cólera que sentimos, no caemos en la trampa de concretar o cosificar un rasgo,
una persona, una situación o un pensamiento. No vemos la impermanencia como
algo permanente, no nos equivocamos viendo un estado que tiene el potencial de
ser cambiado como uno que nos marcará para siempre. La atención plena nos libera del aferramiento al rechazo y
nos proporciona flexibilidad, fluidez, dinamismo y nos da más
amplitud en la atención. Nos permite
ser flexibles y ver nuestra experiencia desde distintos
ángulos , más allá de las rígidas caracterizaciones. Ya no cabe decir: “Soy estúpido
y siempre lo seré“ o “eres malo y lo serás siempre”. La atención plena abre la
puerta al amor compasivo.
La tercera forma de condicionamiento habitual que domina
nuestras vidas es la ignorancia. La palabra ignorancia se utiliza de distintas
maneras en las enseñanzas budistas, significando no saber o saber de forma
errónea. Aquí utilizamos ignorancia como desconexión, adormecimiento, confusión
en relación a lo que realmente está pasando. Cuando nuestra experiencia es
sentida como neutra, ni agradable ni desagradable, tenemos especialmente la
tendencia a entrar en el adormecimiento, cayendo en la ignorancia. Quedamos condicionados a no estar presentes, a
no ser conscientes si algo no nos
llama la atención como altamente placentero o desagradable. Ponemos espacio,
nos desconectamos, no entendemos que es lo que nos está pasando porque no le
estamos prestando atención.
Tendemos a no estar atentos
a lo sutil y a depender de lo que nos produce intensidad para sentirnos vivos. En
el terreno de lo neutro nuestra atención se embota y se adormece. El estado de
la ignorancia se caracteriza por la ansiedad, la incertidumbre, la perplejidad, la pereza y el sopor.
Cuando la ignorancia se
vuelve habitual, se extiende más allá de los momentos en que nuestra
experiencia es sólo neutra (lo que es todavía más problemático). Cuando la
mente está llena de ignorancia o bien cuando la ignorancia es muy fuerte en un
momento determinado, no somos capaces de ver nuestros apegos o nuestros
rechazos mientras los estamos teniendo. Podemos sentir una especie de
insatisfacción interna, o bien el dolor que nos produce la confusión ante lo que está
ocurriendo, y como no nos damos cuenta, ni siquiera nos importa. Aparece la complacencia en
nuestras vidas. Simplemente nada nos importa lo bastante para que intentemos algún tipo de cambio.
Perdidos en la ignorancia,
es difícil saber lo que estamos sintiendo, e incluso es todavía más difícil
saber lo que están sintiendo los
demás, ese principio
esencial relacionado con la
ética y la empatía. Si vivimos como si estuviéramos perdidos en la niebla,
tendemos a cortar nuestras reacciones emocionales y simplemente no reconocemos
cómo nos sentimos cuando nos
sentimos excluidos, dañados, engañados, o desdeñados. Sin esta sensibilidad,
nos encontramos sin el ingrediente básico que hace que surja el deseo de ayudar
en vez de dañar, el de incluir en vez de excluir, el de ser veraz en vez de
hipócrita.
Necesitamos este tipo de
sensibilidad para poder profundizar en la empatía. Recordar lo que se siente al
ser humillado nos ayuda a resonar con aquel que está pasando por una situación humillante. Así, podremos
mover nuestros corazones, dar una mano para ayudar, entrar en una especie de solidaridad con la
persona con la que empatizamos, en
vez de verla en la distancia, como si nuestras vidas jamás
hubieran estado tocadas por una emoción o una situación como la que está
viviendo.
Cuanto más claridad tenemos
ante nuestras emociones y reacciones, más creamos el fundamento para la
responsabilidad de consciencia y el cuidado hacia los demás. Cuanto mayor sea
nuestro entendimiento acerca de la naturaleza de la vida, más vemos cuanto tenemos
todos los seres en común y lo conectados que estamos todos.
Las enseñanzas sobre la
atención plena nos invitan a ser más conscientes y a estar más presentes, con más
equilibrio, serenidad e interiorización sea cual sea nuestra experiencia, agradable,
desagradable o neutra. Con el cultivo constante de la atención plena vemos. Y,
al ver, nos liberamos de los hábitos del apego, del rechazo y de la ignorancia.
Y esta liberación es la base de la que surge un amor compasivo mayor, tanto
hacia nosotros como hacia los demás.
(*) Sharon Salzberg ha sido practicante del budismo
desde 1971 y se ha dedicado a dirigir retiros de meditación en todas partes del
mundo desde 1974. Enseña la técnica intensiva de meditación Vipasana (insight) y el profundo cultivo de amor (Brahma-vihara). Es co-fundadora de la Insight Meditation
Society (Barre EEUU) y el Barre Center for Buddhist Studies and The
Forest Refuge. Ha publicado numeroso libros.
Fuente: Contemporary Buddhism, Vol. 12, Nº 1,
mayo 2011.
Traducción
de Fina Mauri, revisada por Dokushô Villalba para el blog “Atención Plena y
Ciencias Contemplativas”.
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